-Evelinne, despierta ,cariño. Hemos llegado.
Traté
de desperezarme. Y de pronto me acordé de que estábamos en el
avión. Pegué un salto en mi asiento, levanté la persiana que
cubría la ventana rápidamente y me asomé. Estábamos aterrizando.
Antes de llegar pensé que estaría muy desilusionada al llegar a
allí. Pero aquel lugar, bañado por la nieve del un color blanco
puro, las montañas a lo lejos con su cima blanca y los árboles de
un color jade con sus copas cubiertas por la nieve haciendo un
contraste entre los dos colores, me hicieron pensar que no iba a
estar del todo mal vivir allí... Tal vez incluso estaría feliz.
Bajamos
del avión y, aunque llevábamos puestas las ropas de invierno, al
salir nos congelamos. Entramos por el gran pasillo de paredes
transparentes hasta llegar a la compuerta que daba al enorme
aeropuerto. Volvimos a helarnos al salir, aunque esta vez más
porque en el aeropuerto había calefacción. Llamamos a un taxi y en
un par de minutos estuvimos en la autovía. Nos seguía el camión de
la mudanza, donde estaba sentado mi padre en el asiento del copiloto.
Cuando salimos de la autovía, atravesamos la ciudad de Whitehorse.
Era encantador aquel paisaje, las casas eran pequeñas y tenían el
tejado cubierto por varias capas de nieve. Las entradas de las casas
estaban cubiertas por nieve salvo por un pequeño camino que los
propietarios de las viviendas habían quitado seguramente con palas.
Atravesamos
durante media hora aquella ciudad. En ese momento en vez de ser casas
seguidas y pegadas empezaron a aparecer chalés. Entonces el taxi se
paró y aparcó en la la acera. En frente había una casa de dos
plantas con las paredes blancas, el tejado cubierto de nieve, como
era de esperar, aunque se dejaba entrever que era negro. Tenía una
pequeña escalera central con unas barandas, también de color
blanco, que daba a un porche con el suelo de madera. En un lateral de
la casa había una pequeña torre, que estaba conectada a la segunda
planta.
Salimos
de el coche, y el camión de la mudanza se paró detrás de el taxi.
Este se fue, y mi padre salió del camión:
-¿Qué os parece? ¿Os gusta la casa?- dijo con una sonrisa
de satisfacción en el rostro.
-¡Sí!- dijo Molly- su pequeña carita llena de pecas se
ensanchó en una enorme sonrisa por la que dejó ver su boca mellada.
Sus grandes ojos verdes relucían de alegría y su pelo castaño
claro se alborotaba por el viento.-¡Me encanta!
Primero
entramos todos juntos a la casa y, Molly y yo, subimos rápidamente
las escaleras mientras mis padres subían detrás de nosotras. Mi
hermana se quedó en la segunda planta y entró en una habitación.
Yo caminé hacia una puerta que estaba al final del pasillo. La abrí
y me encontré con una escalera que estaba pegada a la pared y subía
haciendo una espiral. Emocionada, subí las escaleras corriendo y me
encontré con una puerta. La abrí y apareció ante mis ojos una
habitación circular con una ventana que llegaba desde del suelo
hasta el techo. Se abría como una puerta y daba a una terraza
circular que le daba la vuelta a toda la habitación. Bajé corriendo
las escaleras en busca de mis padres:
-Papá, Mamá -Los encontré mirando una habitación- La mía va a
ser la habitación de la torre, por favor.
Los dos asintieron, con una sonrisa dulce en sus rostros, felices
de que me gustara la nueva casa.
Los dos hombres que esperaban en el camión empezaron a subir los
muebles.
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