martes, 6 de diciembre de 2011

Capitulo 1


Yo me encontraba en la soleada ciudad de California. Vivía en una casa a orillas de una pequeña bahía, que pertenecía a una hilera de casas que ocupaban la diminuta costa. Tenía unas notas espantosas en el instituto, aunque me esforzaba por conseguir ,al menos, aprobados que pendían de un hilo y temían caer en el profundo agujero de los suspensos.
Estaba a doblando la esquina de la calle trasera a mi casa tras un día agotador: nos habían puesto cuatro exámenes seguidos-dos de ellos sorpresa- y , como era de esperar, los que no tenía previstos me salieron de pena. La mayoría de las respuestas quedaron en blanco. No se me ocurría la forma de explicarles a mis padres que, después de haber prometido por trigésima vez que no volvería a suspender, había vuelto a catear seguro. Aunque más adelante no tendría que preocuparme más por ese detalle y tendría una segunda oportunidad. El caso era que tenía una vida perfecta (salvo por ese ''pequeño detalle'' de los estudios), en una ciudad perfecta, en un ambiente perfecto y con unos amigos perfectos. Andaba cavilando mientras bajaba los escalones hechos con troncos en una escalera de madera que daba la pequeña verja de hierro, con el color negro un poco desgastado por el tiempo,por la que subía una planta enredadera con flores de un color rosa desvaído, y que daba a las grandiosas vistas de mi jardín particular. Bueno, de mi familia y nuestros cuatro vecinos. La verja estaba siempre abierta por lo que en mis dieciséis años no me había preocupado ni una sola vez de llevarme la llave de aquella puertecita. Aunque ya me había acostumbrado (obviamente) a las vistas de aquella pequeña calita, siempre dejaba la mochila del colegio en el asiento colgante del porche e iba y venía de un extremo a otro de la pequeña playa con los zapatos en la mano, caminando en la orilla y dejando que las minúsculas olas del mar refrescaran mis pies de un modo que ellos lo agradecían. Normalmente, mi madre me llamaba para decirme que ya estaba la mesa puesta y que la comida se enfriaba. Pero esa vez, mi madre tardaba más de lo habitual en llamarme
y decidí prolongar mi pequeño paseo hasta que la vi ,disimuladamente, observándome a través del visillo casi transparente de la ventana del comedor. Eso era raro en ella, parecía cautelosa y triste, así que me puse corriendo mis sandalias y recogí mi mochila abandonada en el sillón, me armé de valor, y entré. Sabía lo que me esperaba; algún profesor había telefoneado a mamá advirtiéndole de mis notas pésimas. Lo que hice fue, antes de traspasar el arco de la puerta del comedor, poner mi mejor cara de culpabilidad y empecé a improvisar en mi mente mi excusa para esa desagradable sorpresa...o chivatazo:

-Mamá – comencé – , ya se que lo he prometido muchas veces y nunca lo he cumplido, pero si me diérais una sola oportunidad más...
-Evelinne, ¿de que hablas?- me interrumpió mi madre- No te voy a regañar, tengo que decirte una cosa...
-¿Qué ocurre?- le insté.
-Cariño, a papá le han ofrecido una vacante en Whitehorse...
Mi padre era periodista y viajaba de aquí para allá por lugares cercanos a California pero nunca le habían mandado tan lejos.
-Hemos decidido mudarnos allí porque va a tener que estar allí siempre, por lo menos unos cuantos años- mi rostro se crispó y ella hizo una mueca- Evelinne, no me gusta verte así...
-Mamá, tengo aquí mi vida entera y no quiero tener que rehacerla de nuevo... Por favor...-la voz se me quebraba y no sabía qué aspecto tenía mi rostro en ese momento, pero lo adiviné al contemplar la cara de mi madre en contestación a la mía.
-Lo siento, mi niña, pero ya lo tenemos todo arreglado. La tía Charlotte nos consiguió una casa preciosa con unas vistas espectaculares-dijo intentando animarme-. Además los billetes de avión son para este sábado...-
-¡¿ESTE SÁBADO?! Mamá, ¿no podemos dejarlo para cuando termine el curso?-sollocé.
-Lo siento, nena, pero no puede ser- dijo mientras se acercaba a abrazarme, pero yo retrocedí, y llena de ansiedad, de angustia y de enfado como estaba, no se me ocurrió otra cosa que llorar aún más, resoplar y subir pitando escaleras arriba con mi mochila hacia mi habitación.

Me acurruqué hecha un ovillo en mi cama. ¿Cómo se le ocurría semejante disparate? En realidad tenía razón, era por el trabajo de papá. Aunque me dolía tener que dejar atrás una vida entera de recuerdos. A Molly, mi hermana pequeña, seguro le encantaba la idea. A sus cinco años
podía adaptarse a lo que fuera. Y a Chris le daría exactamente igual,puesto que ya se había independizado. Tenía veinte años y él estudiaba en la universidad de Alaska... Supongo que lo veríamos más a menudo. En cuanto a Brooke... Brooke. Tenía que telefonearla y contarle lo que pasaba. Ya no vería a mi mejor amiga en mucho tiempo...
-Hola, ¿Brooke?
-Hola, Evelinne – dijo ella alegremente.
-Esto... Me voy a Whitehorse...-Le confesé.
-Vaya, eso es genial. ¿Cuándo volvéis?
-Brooke... Me voy a vivir a Whitehorse...
-¿En serio? Ya no te veré en mucho tiempo...-Al terminar,la voz se le quebró.
-Bueno, quedemos.

Estuve hablando con ella por teléfono largo rato. A las cinco de la tarde mi amiga vino a mi casa y estuvimos hablando de lo duro que iba a ser y todos los momentos que habíamos pasado juntas, y los que nos iban a quedar. Cuando Brooke se fue eran las nueve de la noche. Mi padre vino del trabajo a las nueve y media, me pidió perdón por tan repentina mudanza y después fui yo la que se disculpó con mi madre. Sentía haberme comportado como una niña chica, pero me molestaba mucho nuestra mudanza... ¡Es que nos íbamos a Canadá! Durante la cena, mi hermana no paraba de hablar de lo bien que se lo iba a pasar, los nuevos amigos que iba a hacer, el nuevo colegio...
Aquel día estábamos a miércoles así que no quedaba mucho para irnos a Whitehorse. El viernes me hice a la idea de ello ,me despedí de mis amigos y familiares. Brooke se quedó a dormir y me ayudó a empaquetar todas mis cosas, y como los muebles ya estaban en el camión, todos tuvimos que pasar la noche en sacos de dormir.
Aquel día, Brooke se tuvo que ir muy temprano a su casa. Yo, después de despedirla, me fui a pasear a mi pequeña bahía. Era invierno, así que el suave viento frío me soplaba en la cara ¡Cómo iba a echar de menos mi pequeña cala! Ya era sábado, y en pocas horas estaríamos de camino a nuestra nueva ciudad. Mi madre me llamó pasado un rato. Nos montamos los cuatro en el coche y llegamos a los pocos minutos al aeropuerto de California. Estuvimos dos horas esperando a que nuestro avión estuviera listo. Ya en mi asiento, me quedé frita, puesto que había estado toda la noche hablando con Brooke y me había levantado a las cinco de la mañana... dormí dos horas.

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